25.5.06

Letras bohemias

Esclavos de los juegos;
mi velo arde con otros nombres,
y tu historia,
hogar de
innumerables
rostros, demora mis palabras.
Aunque seamos nada cierto,
escríbeme.
Despoja las capas de mi piel
y engéndrame etérea.
Duerme en mí, y despierta
tu verdad en mi voz nueva.
Serás bohemias letras en mi boca
y leves huellas en mi cuerpo.
Jugaremos. Y ya no habrá
memoria, ni pasado, ni ecos.

21.5.06

11.5.06

A él

Nívea y despeinada.
Absorta en sus ecuaciones infinitas.
El rumor de su lápiz
me tortura con tu imagen.
Deseo hablarle, tenerla,
confundirnos.
Y así entenderte.
Te regalo su piel y sus labios.
La mirarás con la ansiedad
vibrante de las novedades.
Quizá con ella sean otros los caminos,
otros los tiempos,
y yo me pierda,
a pesar de la poesía y de las calles.


Abandono la mesa.

Ella tampoco te tiene.

5.5.06

Manos extrañas


Las luces póstumas de la tarde,
mínimas esferas de asombro,
nos suspenden en una esquina
de Adrogué, y son anhelo y don.

El tibio sopor bautiza las calles,
incita la unión natural de manos
extrañas y un frágil caminar
que preserve el íntimo silencio.

El éxtasis nubla mis ojos antiguos
y engendra el miedo a tus abrazos
breves y tu mirada lineal,

el miedo a la noche y al olvido,
el miedo a que el fuego o las
cenizas del día me asfixien.

La calle


En la tarde espera mi última risa genuina.
Tu silencio ya no atemorizará las palabras.
Y recorreré sola, otra vez, esta calle infinita.
Si me alcanzas, no me asombrará sentirte.
Hojas de otoño sepultarán
tu caminar apesadumbrado.
En la tarde, ramas secas brotan de mis ojos,
de mi garganta, de mis manos.
El aire me sostiene en esa esquina,
crucificada en la memoria,
para que al verme escapes, otra vez,
y no enturbies lo único que es mío.

3.5.06

A un escritor extranjero

Dos espejos en la muchedumbre oscura.
Desborde flamígero,
ávidos de peligro
mutilamos las leyes y los estados.
Mientras me defiendas por mis letras
y sedienta de las tuyas te olvide extranjero,
nos someteremos al juego,
señor involuntario de las palabras,
para que hilvanes mi ternura con cintas de luz
y envuelvas mi túnica, y mi pluma.
Cuando tus vocales vibran en mí,
los cimientos del mundo caen
y se potencia infinitamente el trueno...
Es la fuerza de nuestras raíces que danzan
al perderse en el bosque la penúltima nota.

2.5.06

El Hielo

Del ardiente mar emerge La Sinrostro.
Impulsándose con los brazos, libera el pecho,
el vientre,
y las piernas.

Su cuerpo vetusto repta sobre El Hielo.
Se cree a salvo, se recuesta y duerme.

No hay ecos en El Hielo. No hay sombras ni luces.
Perpendicular a su noboca fluye un veloz río de arena.
Las partículas explotan al tocar su piel,
pero La Sinrostro no despierta
.

Entonces, una ex poetisa le dibuja los ojos
y las líneas de las palmas.
Sobre algún hielo, muere El Sinnombre.

La ex poetisa (quizá sea casualidad)
bosqueja una sonrisa para el nuevo rostro.
Y se hunde en el mar, apenas tibio.